Era una noche de primavera de
hace ya como ocho años.
Había tenido una discusión
con mi (entonces) esposo y salí llorando de mi casa. Necesitaba caminar, tomar
aire, desahogar.
Mi hermana vivía cerca de
casa, la llamé y me tomé un taxi hasta su casa.
El recorrido a debía ser una simple L, eran no más de 7 cuadras sin cero misterio. Iba
mirando el celular cuando veo que el taxista dobla un poco antes. Levanto la
cabeza y me dice:
- No te asustes, no te voy a hacer nada. Es
más, voy a apagar el contador de fichas. Me quiero desviar un momentito. Créeme
que vale la pena.
Debo reconocer que me asusté
al instante, pero era tan cerca dónde me llevaba, y en realidad seguía de
camino a lo de mi hermana, que a menos de dos minutos ya estaba tranquila.
Agarró una callecita oscura
y paralela a la que veníamos y a la media cuadra paró. Ya no tenía miedo. No me
inspiraba amenaza alguna.
-
- ¿Ves ese árbol? – Me dijo señalando un árbol
de mediano tamaño, lleno de florcitas rosa blancuzcas.
- Sí, Divino.- le contesté.
- Es un Cerezo. He pasado miles de veces por
acá y nunca lo había visto en flor hasta hace un tiempo. La primera vez que lo
vi, tenía un día como el tuyo de hoy. Algo se me vino a la mente y es eso lo
que quiero compartir. Durante
mucho tiempo del año este árbol permanece sin flores y es un árbol cómo
cualquier otro. Esta cuadra pasa totalmente desapercibida si no está en flor.
Pero hay una época en el año en que florece y muestra todo lo bello de sí. A
veces, las cosas no son tan malas como parecen, solo es necesario esperar a que
lo bueno pueda florecer. No sé
lo que estás pasando, te vi mal y quise compartirlo contigo.
Desde ese día me desvío siempre
que puedo para pasar por allí. A veces el cerezo está sin flores, para
recordarme que todo pasa. Otras veces lo veo en flor, y me acuerdo de ese
señor, que sin conocerme, me dio un lindo mensaje de vida, que tengo presente
en todo momento.
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